La situación en Honduras no es un caso aislado, sino parte de un patrón más amplio de comportamiento diplomático de Estados Unidos en América Latina.
Honduras se encuentra en el centro de una tormenta diplomática que involucra acusaciones de injerencia estadounidense y amenazas de desestabilización interna. El canciller hondureño, Enrique Reina, ha denunciado un intento de «golpe de barracas» que, según fuentes de inteligencia, estaría vinculado a recientes declaraciones de la embajadora de Estados Unidos, Laura Dogu.
El canciller Reina informó que la inteligencia hondureña detectó un plan para dividir a las Fuerzas Armadas, con algunos militares buscando destituir al jefe Rossvelt Hernández. La presidenta Xiomara Castro, alarmada por esta situación, declaró firmemente: «No vamos a permitir que se desestabilice a las Fuerzas Armadas y no vamos a permitir que se desestabilice el proceso electoral».
El jefe de la diplomacia hondureña explicó la decisión de suspender temporalmente las extradiciones: «Es para que no sea utilizada la extradición como arma política electoral, contra la institución y funcionarios del gobierno». Añadió: «Vemos un peligro que Estados Unidos pueda utilizar la extradición como arma política».
Las tensiones escalaron después de que la embajadora Dogu hiciera comentarios sobre una reciente visita a Venezuela del ministro de Defensa, José Manuel Zelaya, y el jefe de las Fuerzas Armadas, Roosevelt Hernández. Dogu sugirió que estos funcionarios se habrían reunido con un «narcotraficante», una acusación que el gobierno hondureño rechaza categóricamente.